Por: Yamir de Jesús Valdez…
La campaña nacional de afiliación de Morena, titulada “Súmate, somos millones”, ha dejado un dato que no puede pasar desapercibido en el ajedrez político sinaloense: el padrón de militantes en el estado creció de forma exponencial hasta alcanzar los 274 mil 182 nuevos registros, cifra que no solo rebasa la meta local establecida —262 mil 286—, sino que posiciona a Sinaloa como el primer lugar nacional en términos de afiliación. Un triunfo organizativo que, en apariencia, beneficia al partido. Pero en política, todo número tiene destinatarios.
Este logro lo presume el Comité Ejecutivo Estatal encabezado por Édgar Barraza, el diputado Manuel de Jesús Guerrero Verdugo y la secretaria de Organización, Mirna Lora, como una muestra del músculo morenista en el estado. Pero detrás de esta operación de afiliación hay algo más que crecimiento orgánico: hay capital político en disputa. Porque si algo está claro es que ya comenzó la carrera por 2027, por más que algunos pretendan disimularlo con discursos de unidad.
En un estado donde las decisiones suelen cocinarse entre pasillos oscuros y cafés a media luz, contar con una base de más de 274 mil morenistas representa mucho más que un dato administrativo. Se trata de un instrumento de legitimidad para quienes aspiran a ser candidatos en los próximos procesos electorales: diputaciones, alcaldías, senadurías… y la gubernatura, claro.
Pero la pregunta inevitable es: ¿quién se beneficiará de este nuevo universo de militantes?
Desde hace meses, Imelda Castro Castro ha tomado distancia del poder burocrático para acercarse al poder real: la gente. Su renuncia a presidir la Mesa Directiva del Senado no fue un gesto menor; fue una declaración de intenciones. Con paso firme y discurso territorial, Imelda ha retomado su presencia en Sinaloa para articularse con los liderazgos comunitarios, los grupos de base, las mujeres organizadas y los cuadros medios de Morena. Para ella, este nuevo padrón es una oportunidad para reconstruir desde abajo, conectando con quienes militan no solo por convicción ideológica, sino también por una esperanza de futuro.
A diferencia de otros perfiles, Imelda no necesita disfrazar su aspiración: la ha asumido con serenidad estratégica. Y lo más importante, con empatía. Frente a una estructura partidista que muchas veces se percibe como lejana, su narrativa habla de justicia social, territorio y transformación. En ese terreno, los números de afiliación podrían no solo respaldarla, sino impulsarla.
Senador y exsecretario general de Gobierno, Enrique Inzunza Cázarez representa una figura de peso institucional, con amplias credenciales en la administración pública. Su estilo sobrio, técnico y estructurado le ha granjeado respeto entre círculos de poder, pero también le ha ganado un señalamiento constante: su lejanía con la gente.
En un partido como Morena, nacido del movimiento social, esa frialdad política puede ser una debilidad estructural. Inzunza no tiene contacto real con las bases morenistas, con los liderazgos comunitarios ni con los sectores populares que hoy, más que nunca, esperan representación cercana. Puede tener control sobre áreas clave del partido o del gobierno, pero carece de la calidez y la calle que exige el nuevo padrón.
A la hora de movilizar voluntades —no solo votos—, esa distancia puede costar caro.
Tere Guerra ha sido consistente: su defensa de derechos humanos y de las causas populares le ha permitido construir una narrativa sólida, especialmente entre mujeres y sectores excluidos. Hoy, como presidenta de la Jucopo en el Congreso local, representa una voz respetada que no teme confrontar. No parece estar obsesionada con una candidatura, pero su figura está vigente. Si decide dar el paso, la estructura de base puede responderle.
El alcalde de Culiacán, Juan de Dios Gámez Mendívil, tiene el poder que da la gestión. Desde el gobierno de la capital, ha construido una plataforma con presencia en las colonias, recursos públicos y una narrativa de proximidad. No tiene aún la proyección estatal, pero si las definiciones se cruzan con estructuras reales, su nombre podría escalar en el tablero político. Tiene con qué competir, aunque le falta aún probar que puede trascender el cargo.
Detrás de los 274 mil 182 nuevos militantes hay muchas preguntas sin respuesta: ¿cuántos llegaron por convicción? ¿cuántos fueron arrastrados por compromisos? ¿Cuántos están realmente activos? Lo cierto es que en Morena, el padrón puede marcar el rumbo de las decisiones, sobre todo si el método de selección de candidaturas se recarga hacia la participación interna.
La nueva militancia no garantiza nada, pero sí condiciona todo. En un partido donde las definiciones pasan por encuestas, pero también por respaldos reales, tener contacto con la base es más importante que tener control de la cúpula. Y en esa lógica, Imelda Castro parece tener una ventaja genuina: entiende el valor del territorio, sabe hablarle a las estructuras y ha decidido caminar de nuevo junto al movimiento.
Morena ya es mayoría en Sinaloa. Pero ahora, entre los millones de afiliados, alguien tendrá que convencer, movilizar y emocionar. Y eso no se logra con tecnicismos ni con frialdad. Se logra con presencia, con rostro, con tierra. El padrón está ahí. Ahora falta ver quién se atreve a recorrerlo, no solo en cifras, sino en confianza.