Las encuestas no lo son todo, pero cuando son consistentes y reflejan el pulso de la calle, conviene tomarlas en serio. La más reciente medición nacional de Consulta Mitofsky para El Economista, correspondiente a junio de 2025, arroja señales claras de hartazgo, preocupación y desencanto con los resultados de la llamada Cuarta Transformación. A seis años del arranque de este proyecto político, lo que la ciudadanía expresa en cifras es el eco de lo que se vive en las colonias, en los consultorios públicos, en las calles y en las oficinas públicas: la promesa de transformación quedó atrapada en la propaganda.
La inseguridad se mantiene, por lejos, como el principal problema del país. El 60% de los encuestados así lo señala, y aunque la cifra baja un punto respecto al mes anterior, no hay margen para el optimismo. Cuatro de cada diez mexicanos dicen sentirse más inseguros hoy que hace un año, y apenas el 36% cree que la situación ha mejorado. La sensación de peligro, de indefensión, sigue siendo más fuerte que cualquier mensaje oficial. Ni las cifras de detenciones, ni los operativos, ni las mañaneras han logrado revertir una percepción que se alimenta de realidades sangrantes.
La economía ocupa el segundo lugar en el ranking de preocupaciones. Aunque algunos indicadores macroeconómicos se han estabilizado, la percepción ciudadana es que poco ha cambiado: 27% de los encuestados sienten que están peor, y sólo un 33% cree que su situación económica ha mejorado. La mayoría —el 39%— dice estar igual, lo que en un país de contrastes como México significa seguir luchando al día.
El otro gran foco rojo es la salud pública. A pesar del discurso triunfalista sobre el sistema de salud “como el de Dinamarca”, la encuesta revela que el 44% considera que los servicios están peor que antes. Apenas uno de cada cuatro ciudadanos percibe una mejora. La falta de medicamentos, la saturación hospitalaria, el abandono de los centros de salud en zonas rurales y la fuga de personal médico desmienten las cifras alegres.
Pero quizá el dato más contundente —y el más incómodo para un gobierno que se asumió como bandera moral— es el de la corrupción. Un abrumador 82% de los encuestados considera que hay “mucha o regular” corrupción. Solo el 17% cree que hay poca o ninguna. Este número golpea directamente el corazón narrativo de la 4T, que prometió barrer la corrupción “de arriba hacia abajo” y refundar la vida pública del país bajo los principios de honestidad y justicia.
Los datos no solo retratan una gestión con resultados ambiguos; también revelan una fractura entre las promesas de cambio y la experiencia cotidiana de millones de personas. La inseguridad no ha cedido, la salud pública está en crisis, la economía se percibe estancada, y la corrupción —más allá de los discursos— sigue viva y mutando.
El reto para el nuevo sexenio que está por iniciar no será solo corregir políticas, sino reconstruir la confianza. Porque cuando la percepción negativa persiste pese a la propaganda, lo que está en juego no es solo un gobierno: es la credibilidad del proyecto que prometió transformar a México desde sus cimientos. Por ahora, los números hablan más fuerte que los discursos.